Implica la capacidad de reconocer, comprender y manejar las propias emociones de manera efectiva, así como la habilidad para influir en las emociones de los demás.

La autoestima es la opinión que tenemos de nosotros mismos, el valor que nos atribuimos. Comprende la forma en la que nos hablamos, lo que sentimos cuando nos miramos al espejo, el cariño con el que nos tratamos, entre otras muchas cosas. Marca cómo nos enfrentamos al mundo, y cómo vivimos nuestro día a día. En terapia podemos trabajar esa relación que tienes contigo mismo/a, cuestionar las creencias negativas que se han construido a lo largo de tu vida, aprender a hablarte de una forma más amable, a priorizarte, y, en definitiva, a cuidarte.

El sistema de apego es aquel que nos lleva a vincularnos con los demás, algo imprescindible como seres sociales que somos. En función de nuestras experiencias en la infancia (y a lo largo de nuestra vida), desarrollaremos un estilo de apego u otro. Esto puede hacer que vivamos las relaciones desde la preocupación, el miedo al abandono, y la necesidad de comprobar constantemente que el vínculo está bien, por ejemplo. O puede que las vivamos desde la incomodidad, buscando mantener la distancia, sintiendo cierto rechazo cuando la intimidad aumenta. Cada persona vivimos las relaciones (de pareja, amistad, etc) de forma distinta, pero si sientes malestar a la hora de vincularte, profundizar en tu estilo de apego nos puede ayudar a entender el origen de ese malestar, para que aprendas a relacionarte desde un lugar de más tranquilidad.

El autoconocimiento es una parte esencial de cualquier proceso terapéutico. Entender mejor la forma en la que tu historia de vida te ha podido afectar, cuáles son tus mecanismos de defensa, cómo te relacionas con tus emociones, por qué ciertas cosas te disparan reacciones tan fuertes
(cuando aparentemente “no ha sido para tanto”)… Son algunas de las cosas que veremos, que te ayudarán a comprenderte y verte a ti mismo/a de una forma más profunda.

Todos necesitamos vincularnos con otras personas, pero las relaciones interpersonales nos pueden conectar con todo tipo de heridas, creencias y miedos. Quizá sientes ansiedad a la hora de conocer a gente nueva, o incomodidad cuando tu pareja quiere tener una conversación acerca de vuestros sentimientos, o se te hace un mundo ponerle límites a tus amistades o tu familia. En terapia profundizaremos en las causas de estas dificultades, y desde ahí, trabajaremos para que puedas relacionarte de una forma que te haga sentir tranquilo/a y conectado/a contigo mismo/a y con los demás.

La ansiedad es la forma en la que nuestro sistema nervioso reacciona cuando percibe un peligro. Lo hace a través de síntomas físicos (taquicardia, respiración agitada, presión en el pecho…) y psicológicos (pensamientos catastróficos, dificultad para dejar de darle vueltas a lo que me preocupa…). Normalmente, dado que es muy incómoda, llegamos a terapia queriendo eliminarla. El
trabajo que haremos irá dirigido a entender mejor la función que cumple, poder identificar qué cosas la disparan, y aprender herramientas para regularnos cuando aparezca.

Podemos hablar de depresión cuando aparecen sentimientos muy intensos de vacío, desesperanza, tristeza y apatía que se prolongan en el tiempo y afectan al bienestar de la persona. Suelen ir de la mano de sensaciones de indefensión, falta de control sobre mi vida y desmotivación. En terapia trabajaremos en entender su origen, sanar esas heridas y poder volver a un estado de calma y bienestar.

La sexualidad es una parte importante de las personas, y cómo me sienta en este ámbito va a afectar a mi bienestar general. Mereces poder disfrutar de ella, vivirla desde el placer y la tranquilidad. Si hay algo relacionado con esta área que te está causando malestar, ya sea por creencias interiorizadas, experiencias traumáticas, miedos, dudas, inseguridades… la terapia es el lugar idóneo para entender las causas y poder cambiar la forma en la que vives tu sexualidad.

Entendemos por traumáticas aquellas experiencias, tanto puntuales como continuadas en el tiempo, que tienen un impacto emocional muy fuerte, con consecuencias a largo plazo en el bienestar de la persona. Son situaciones que sobrepasan nuestras capacidades, por lo que no se acaban de procesar, y se quedan “enquistadas”. Esto puede hacer que sigamos viviéndolas como si estuvieran pasando, y que el malestar siga estando muy presente, incluso aunque haya transcurrido tiempo desde el evento traumático. Además, podemos desarrollar creencias relacionadas con el trauma (“estoy en peligro”, “fue culpa mía”…) que causen mucho dolor en nuestro día a día. En terapia creamos un espacio seguro en el que poder conectar con ese dolor poco a poco, con un acompañamiento y con nuevas herramientas, para poder integrarlo en nuestra narrativa de una forma que no duela tanto.